San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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El Papa en el Santuario de Lourdes
   
Este domingo -14 de Septiembre- en la Fiesta litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa Benedicto XVI celebró la Santa Eucaristía por el 150º Aniversario de las Apariciones de Lourdes, y en su homilía recordó que la Cruz nos recuerda que en el mundo hay un amor más fuerte que la muerte que nuestras debilidades y pecados y que María nos recuerda que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana.

"¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro. En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres. El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por su Cruz hemos sido salvados", dijo el Pontífice tras haber saludado y agradecido a las autoridades civiles y eclesiales por el trabajo realizado durante su visita pastoral a Francia.

El Papa recordó que en la celebración hodierna, "la Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el amor del Crucificado por los hombres. Nos invita a dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en la gloria".

Seguidamente el Santo Padre relacionó la Fiesta de la Cruz con las Apariciones de Lourdes, mostrando cuanto “es significativo que, en la primera aparición a Bernadette, María comience su encuentro con la señal de la Cruz. Más que un simple signo, Bernadette recibe de María una iniciación a los misterios de la fe”.

“La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes”, continuó el Santo Padre.

Más adelante reflexionó también sobre la misión de María y de la Iglesia en el mundo, diciendo que “María sale a nuestro encuentro para indicarnos los caminos de la renovación de la vida de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros. Al acoger a su Hijo, que Ella nos muestra, nos sumergimos en una fuente viva en la que la fe puede encontrar un renovado vigor, en la que la Iglesia puede fortalecerse para proclamar cada vez con más audacia el misterio de Cristo. Jesús, nacido de María, es el Hijo de Dios, el único Salvador de todos los hombres, vivo y operante en su Iglesia y en el mundo. La Iglesia ha sido enviada a todo el mundo para proclamar este único mensaje e invitar a los hombres a acogerlo mediante una conversión auténtica del corazón. Esta misión, que fue confiada por Jesús a sus discípulos, recibe aquí, con ocasión de este jubileo, un nuevo impulso”.

“La ‘Hermosa Señora’ revela su nombre a Bernadette: ‘Yo soy la Inmaculada Concepción’. María le desvela de este modo la gracia extraordinaria que Ella recibió de Dios, la de ser concebida sin pecado, porque ‘ha mirado la humillación de su esclava’. María es la mujer de nuestra tierra que se entregó por completo a Dios y que recibió de Él el privilegio de dar la vida humana a su eterno Hijo. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. Ella es la hermosura transfigurada, la imagen de la nueva humanidad. De esta forma, al presentarse en una dependencia total de Dios, María expresa en realidad una actitud de plena libertad, cimentada en el completo reconocimiento de su genuina dignidad. Este privilegio nos concierne también a nosotros, porque nos desvela nuestra propia dignidad de hombres y mujeres, marcados ciertamente por el pecado, pero salvados en la esperanza, una esperanza que nos permite afrontar nuestra vida cotidiana”.

Benedicto XVI hizo también una breve reflexión sobre la misión del Santuario de Lourdes, hablando de una vocación a “ser un lugar de encuentro con Dios en la oración, y un lugar de servicio fraterno, especialmente por la acogida a los enfermos, a los pobres y a todos los que sufren. En este lugar, María sale a nuestro encuentro como la Madre, siempre disponible a las necesidades de sus hijos. Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona”.

Hacia el final de su homilía Benedicto hizo notar que “María nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo. Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia”.


 
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