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De la Quiaca a Ushuaia pedaleando
   
[2006] -Cuatro chicas oriundas de San Isidro se lanzaron en bicicleta a recorrer la ruta 40. Aquí comparten recuerdos y experiencias de los 6.496 kilómetros que pedalearon durante seis meses.

Estaban en Yavi, Jujuy, a poco de haber comenzado el viaje. Tres mujeres dispuestas a recorrer un larguísimo trecho en sus bicicletas. Entonces un gendarme las vio tan femeninas y les dijo, un poco en broma un poco en serio: "¿Y ustedes quieren ir hasta Ushuaia pedaleando...?". La ironía no las enojó ni las envalentonó. Sí dejó en claro que este viaje de broma, no tenía nada.

Agustina Petrossi, María Müller y Cristina Edbrooke tenían 26 años cuando decidieron recorrer en bicicleta la emblemática ruta nacional 40, la misma que nace en La Quiaca y llega hasta Ushuaia atravesando tantas geografías y un arco iris de culturas: todo un país.

Ninguna tenía experiencia profesional en ciclismo. Solamente práctica de haber pasado sus infancias y adolescencias sobre dos ruedas en el San Isidro natal. Y claro: unas ganas infinitas de conocer lugares y personas disfrutando a fondo de una gran aventura.

Las chicas no recuerdan exactamente cómo surgió la idea del viaje. María acababa de recibirse de nutricionista y andaba con ganas de "hacer algo". Agustina, que estudió Bellas Artes, se dedicaba a las artesanías, a animar fiestas de cumpleaños y a dar clases, actividades que, junto con la pintura, sigue realizando. Cristina da clases en la Facultad y por ese entonces finalizaba sus estudios en Relaciones Internacionales. Carolina Favre, otra mosquetera de la misma edad que se sumó a la travesía un poco más tarde, es casi geógrafa y también docente.

Chicas normales, pero mujeres de alma inquieta al fin. Carolina y Agustina, que se conocen desde el jardín, ya hacían recorridos en bici desde los 18 años. "La mayoría de las veces íbamos al sur –cuenta Caroaunque eran viajes más cortos". "Hace unos años un amigo nos contó que había recorrido la 40 y nos quedamos alucinadas”, agrega Agustina. María, en tanto, tenía en su haber unos cuantos periplos como mochilera. "La idea nos daba vueltas por la cabeza y mi papá terminó de alentarnos. Nos dijo: ‘Háganlo ahora que con los años no van a poder".

Y así fue que salieron en micro hasta La Quiaca, en donde se bajaron con sus bicis. No habían entrenado especialmente para la travesía. "La verdad que el recorrido era tan largo que no valía la pena, de hecho fuimos entrenándonos en el camino", cuenta María. Bien provistas de mapas y poquísimo equipaje – muda de ropa, protector solar, repuestos para las bicis y lo necesario para acampar– se largaron a pedalear.

"Llegamos a La Quiaca medio perdidas, no sabíamos dónde íbamos a armar la carpa, así que fuimos a preguntarle a un policía. Nos dijo que la zona de acampe estaba lejos y nos sugirió que fuéramos a la iglesia, donde seguro iban a darnos un techo. No sólo nos dejaron dormir allí sino que de ahí en más siempre fuimos primero a las iglesias de los pueblos a los que íbamos llegando", relata Agustina. "También paramos en colegios, en Gendarmería, en un hospital, hasta en casas de familias que, increíblemente, nos invitaban a quedarnos, a comer o a darnos una ducha", agrega María.

Van y vienen los relatos y los recuerdos, las anécdotas y las fotos. Pero hay un tema al que la conversación regresa: la generosidad y la inolvidable calidez de la gente.

Y después de varios meses de pedalear y pedalear llegaron a Ushuaia nomás. Según Agustina, "el último tramo del viaje es tan hermoso que no queríamos llegar. Además, en Ushuaia hay cada loco que te pasa el trapo, que viene desde Alaska, y la gente ya está acostumbrada a ese tipo de llegadas!". "Después nos dimos cuenta –añade Maríaque la meta no era Ushuaia sino la felicidad de llegar a cada pueblo. Cada día es único".

Finalmente llegaron. Tomaron un champagne que les habían regalado, y sacaron una foto que mandaron al desconfiado gendarme de Yavi, en Jujuy. Ya tenían lo más importante: el corazón lleno de buenos recuerdos.


-> Martha Schmidt

 
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