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El idioma, los caprichos y las intenciones ocultas
   
Desde la aparición hace 17 años de la plataforma Facebook muchos incorporaron la mentira de calificar de “amigo” a sus contactos, que pueden ser familiares, simples conocidos o personas que por algún motivo se enlazaron con uno en esa aplicación.

Mi esposa, mi hermano, mi compañero de trabajo, son eso, no mis “amigos”. Pero al cuestionado desarrollador Mark Zuckerberg (37) se le antojó el término y todos compraron la calificación que termina por bastardear un valor tan alto y noble como es la amistad, adjudicándosela a cualquiera, sólo por estar entre los contactos autorizados.

Del mismo modo, el término “pareja” viene a resolver el aparente conflicto que implica para algunos llamar concubina o conviviente a quien comparte con uno el techo, la cama y el baño a diario.

La palabra, inocentemente tomada, no implica otra cosa que definir a un compañero, colega, colaborador, un ladero, alguien que forma equipo con uno en alguna actividad. Pero todos saben que define al que convive con uno como si fuera un cónyuge sin serlo. La “pareja” sugiere una categoría menor, aunque a algunos les moleste, que la de esposo o esposa.

Si mueren los padres de un niño, se dice que queda “huérfano”. Si alguien está casado y muere su cónyuge, se convierte en “viudo”. Pero para una parte del vanidoso mundo de la farándula local quien no está “en pareja” no está “solo”, sino “soltero”. Todos saben que una novia, hasta que no se casa,… está soltera.

Finalmente nos encontramos con el término “esencial”, impuesto por las autoridades –no sólo en la Argentina- para definir quién puede trabajar y circular desde que apareció la emergencia por el coronavirus SARS-Cov2.

Discrecionalmente se ubica en esta categoría a personas por su actividad o necesidad. Nadie duda de que el personal de salud, en esta circunstancia sanitaria, es fundamental, lo mismo que quienes cumplen tareas de traslado de enfermos, de atención de emergencias o de seguridad.

Pero la palabra “esencial” parece bendecir a algunos –con indiscutible justicia- y desamparar a otros, porque así lo determina en nuestras tierras el gobierno nacional de Alberto Fernández.

Una mujer que realiza lo que se conoce como “tareas domésticas”, para este gobierno que cada vez tiene menos gente de su lado, no es “esencial” y, por lo tanto, no tiene que transitar ni trabajar. No importa cuánto gana, si es el sostén económico de su hogar ni ningún otro tema. El gobierno decide que está del lado de los que deben permanecer en su casa y, si dispone de algún dinero, llegarse hasta un negocio “de cercanía” (de los que el gobierno pudo calificar también "esenciales", que no son todos).

Pero si la mujer pudiera justificar un trabajo en una emisora de televisión o de radio pasaría “mágicamente” a ser imprescindible, necesaria… “esencial”.

La esencialidad establecida por las oscilantes e improvisadas autoridades hace que la ida al supermercado, la circulación por pasillos sin control de cantidad de personas, el tocar todos los productos sea algo correcto, mientras que asistir a misa dentro de una parroquia (aunque casi nunca esté desbordada de gente ni lo que allí se realice sean acciones “de riesgo”) es imputado de NO “esencial”.

La discrecionalidad es parte fundamental de cómo los políticos realizan su trabajo en la Argentina. Califican de irresponsables y atacan lo que hacen o dicen otros, pero dejan de hacerlo inmediatamente cuando “los otros” son de la propia tropa o, por algún motivo, conviene tenerlos “de amigos”.

Imposible no recordar que mientras hay miles de personas que no pudieron acompañar a sus familiares internados, ni velarlos, ni despedirlos en un cementerio, hubo un millón de personas sin control alguno participando del circense velorio de Diego Maradona, organizado por el gobierno.

Finalmente, valga mencionar lo que dijo un abogado que buscó asistir a la concejal Gabriela Neme, detenida arbitrariamente por el gobierno de Gildo Insfran (70), “...uno de los mejores políticos y seres humanos”, según las palabras del presidente Fernández.

El letrado formoseño habló sobre el riesgo de que las autoridades nacionales busquen “formosear la Argentina”, queriendo representar la situación escandalosa de un Estado que viola las normas más elementales para descalificar y acallar toda voz opositora.

El nombre de aquella provincia viene de cómo denominaban los españoles a esa zona muchos años antes de su fundación, “Esquina Hermosa”.

Formosear” el país, debería ser embellecer, hacer lucir. En cambio, la palabra sólo apunta al descontrol, al totalitarismo, a la cerrazón, a los manejos arbitrarios como constante de una gestión.

 
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