¿Ud. tiene alguna discapacidad?. No. ¿Y por qué usa anteojos?
Las estadísticas indican que alrededor de un 13% de los ciudadanos del país (más de 5.000.000) son personas con discapacidad, entendiendo que tienen dificultades por deficiencias, limitaciones o restricciones para desenvolverse plena, independiente y productivamente en la sociedad.
Ese porcentaje no es fijo. Hasta los 40 años las limitaciones permanentes representan un 6%, pero en los adultos mayores se llega al cerca del 50%.
Pero cambia la noción del tema si pensamos en cierta discapacidad a la que nos acostumbramos a percibir... en las personas con anteojos.
Sea desde la niñez o con la llegada de la adultez, muchísimos humanos usamos gafas para estudiar, para trabajar, para ir de compras o para manejar.
Si no tuviéramos esas benditas lentes la vida sería, indudablemente, mucho más dura: ni leer y aprender, ni mirar la televisión, ni apreciar con detalle a nuestros hijos, ni manejarse con confianza en la calle.
Pero sucede que, de tanto ver gente con anteojos, no los vemos -paradójicamente- como personas con discapacidad. Y mucho menos en estos tiempos en que las gafas son un objeto a lucir como moda (cuando antes cuanto más desapercibidos pasaran, mejor).
Esta deficiencia fruto del desgaste de nuestra capacidad visual por los años transcurridos, por ejemplo, es una discapacidad, aunque a la mayoría no le corresponde un certificado especial o ventaja alguna por ello.
Hace muchos años, gracias a Dios, vemos en muchos lados y también en San Isidro a más personas con otras discapacidades en la calle. Hay gente que ya no se sorprende o rechaza, como sucedía en el pasado, a quien vive con sindrome de Down. Aunque son muchas las buenas noticias sobre su mejor calidad de vida, lamentablemente, a la mayoría de esas personas se las mata antes de nacer en otros países como España, Reino Unido, Irán, Canadá o Islandia.
Aunque hay un largo camino aún por recorrer, vale pensar en que si una persona con discapacidad visual no nos llama la atención por es extremadamente frecuente, podemos imaginar cómo sería una sociedad que conviva fluida, públicamente, a diario, con aquellos que padecen limitaciones varias en su cuerpo, su entendimiento o su forma de comunicarse.
En ese momento ideal (¿utópico?) una persona con discapacidad (en silla de ruedas, caminando con bastones, faltándole alguna parte del cuerpo, por ejemplo) participaría en televisión de un comercial de cualquier producto, de programas de entretenimiento o incluso conduciría.
Porque salvo excepciones, los publicitarios suelen utilizar estereotipos que pocos favores le hacen a la mirada generosa, respetuosa, integradora de la sociedad. Aunque no incluyen a personas con discapacidad para vender un juguito en polvo, sí se les antoja utilizar imágenes sexualmente ambigüas, afines con el lobby que se mete en todo lo que puede.
Conceptos de éxito efímero, de diversión con alcohol, de calidad supérflua, de belleza irreal, que muchos saben que son un desfile de falsedades y por eso no les creen, pero alteran la percepción, incorporan valores cuestionables, cierran puertas a la realidad.
Valga decir que es algo bueno que, curiosamente, dos encumbrados miembros del gobierno nacional (Gabriela Michetti y Jorge Triacca) sean personas con limitaciones motrices. Eso no cambia el mundo, pero forman parte del paisaje que se nos hace natural y colabora con una mirada integradora.
Bienvenidas las experiencias de instituciones como Audela Norte y su Gallito Ciego (comer a oscuras como un ciego), o Acceso Ya y su invitación a ver el mundo desde una silla de ruedas para comprender de qué se trata vivir una discapacidad. Esas sensaciones, de a poco, hacen ver las cosas con más claridad.
Finalmente, vale pensar que un comportamiento irresponsable al conducir (autos, motos y bicicletas) puede incorporarnos rápidamente a nosotros o a nuestros hijos a la estadística de las personas con discapacidad.
