San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Misa y procesión por la Solemnidad de Corpus Christi en San Isidro
   
"Nuestro Dios es acompañador, camina con nosotros, nos va sosteniendo, está al lado nuestro en nuestras pruebas", señaló en su homilía el obispo de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar V. Ojea. "Por eso es tan importante hacer memoria, que es como volver a nuestras raíces, de cómo el Señor acompaña cada vida personal, la vida de nuestras comunidades, la vida de nuestros sacerdotes, de nuestros diáconos, de nuestros agentes de pastoral, la vida de todos los hermanos de la diócesis y de la iglesia."

"Está bien celebrar conquistas, logros, ejercicios de la voluntad que el hombre logra a través de su industria, de su esfuerzo. Pero nosotros cuando nos reunimos como fiesta diocesana y como Eucaristía, nos reunimos para celebrar el don. En la iglesia es mucho más importante el don que se celebra que lo que la iglesia predica."

"...Cuando salgamos juntos acompañando al Señor que simbólicamente quiere acercarse a su pueblo una vez al año saliendo del templo, nosotros al mirarlo, al comulgar mirándolo y adorándolo, contemplándolo, podemos pedir como pecadores, que detenga su mirada ante cada humano que lo necesite, en nuestras comunidades, en nuestros barrios. El año pasado nos detuvimos en la atención a los jóvenes en riesgo, a nuestros jóvenes, especialmente a los jóvenes de nuestros barrios. Les pediría que en esta comunión fraterna de este día de Corpus Christi, en que adoramos al Cuerpo y a la Sangre del Señor, nosotros volvamos a detenernos en estos jóvenes nuestros, muy nuestros, que necesariamente tenemos que acompañar."

Encabezada por el obispo diocesano se realizó en la tarde del viernes 20 de Junio la celebración de la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, por la que la Iglesia destaca la real presencia Jesús en la Eucaristía.

A diferencia de años anteriores, la celebración se inició en las instalaciones del colegio "Carmen Arriola de Marín" [Av. del Libertador 17.115, Beccar] y posteriormente se realizó la procesión, en esta ocasión, hasta el colegio Santa María.

Minutos después de las 15:00 mientras el gimnasio del colegio se iba colmado de fieles de los partidos de Vicente López, San Isidro, San Fernando y Tigre, el grupo de teatro de la parroquia Espíritu Santo, ofreció una representación en la que aparecieron Jesús, sus discípulos y San Francisco, invitando al compromiso real y cotidiano con Dios y el prójimo.

Seguidamente monseñor Ojea -que observó la representación mezclado con la comunidad- inició la celebración eucarística junto al obispo emérito Jorge A. Casaretto, y acompañado por una cantidad importante de sacerdotes y diáconos.

Posteriormente el titular de la diócesis, portando el Santísimo Sacramento, encabezó la procesión que con cánticos y oraciones llegó por la Av. del Libertador, España y Juan José Díaz, al patio del colegio Santa María, donde se procedió a un momento de adoración. Luego, los feligreses compartieron el mate cocido que habían preparado miembros del movimiento scout.


Texto completo de la homilía del Obispo Oscar Ojea en la celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Querido hermano Jorge, queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos.

El Libro del Deuteronomio que escuchamos en la Primera Lectura, nos invita tres veces a hacer memoria, a recordar. A recordar después de cuarenta años de travesía por el desierto, el pueblo hacía memoria, de haber pasado hambre, de haber pasado sed, de haber pasado peligros, pero el Señor siempre acompañando las duras pruebas del pueblo. El Señor nunca lejos de su pueblo, sino acompañándolo, como queriéndole decir, no solamente es el Dios creador, el Dios que nos maravilla con su creación, no solamente nos liberó de Egipto, del pecado, de la muerte, sino el que nos acompaña.

Nuestro Dios es acompañador, camina con nosotros, nos va sosteniendo, está al lado nuestro en nuestras pruebas. Por eso es tan importante hacer memoria, que es como volver a nuestras raíces, de cómo el Señor acompaña cada vida personal, la vida de nuestras comunidades, la vida de nuestros sacerdotes, de nuestros diáconos, de nuestros agentes de pastoral, la vida de todos los hermanos de la diócesis y de la iglesia.

En el Evangelio, San Juan une la Eucaristía con la encarnación. Este Dios que acompaña es Dios que siempre está viniendo, es la carne, a compartir nuestra historia, es Jesús que siempre está viniendo a nosotros, en este caso quedándose con nosotros para acompañarnos bajo las especies del pan y del vino, como si el Señor nos invitara a participar de toda esa dinámica del don que hay en Dios. “así como yo vivo por el Padre, el que me come vivirá por mí”. Ese Padre que tanto amó al mundo que le entregó a su hijo único, ese Jesús que se entrega en carne y sangre, muerte, pascua, que se entrega por nosotros, ese Jesús quiere acompañar la vida de cada uno y la vida de las comunidades. Pero no solamente acompaña el Señor, que es tan buen compañero de camino en su Providencia, sino que el Señor quiere unirse a cada uno por amor y unirse a su pueblo por amor.

Este es el gran misterio de la Eucaristía, “el que come mi carne, bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. No solamente vamos juntos, sino que latimos juntos. Permanecemos uno en el otro. Es ese el enorme misterio de amor de la Eucaristía que el Señor nos invita en un día como hoy más que nunca a responder. ¿Qué significa responder con nuestra vida a este don de Dios? Nosotros los cristianos celebramos el don, nosotros no celebramos una producción humana, el hombre que se auto produce. Está bien celebrar conquistas, logros, ejercicios de la voluntad que el hombre logra a través de su industria, de su esfuerzo. Pero nosotros cuando nos reunimos como fiesta diocesana y como Eucaristía, nos reunimos para celebrar el don. En la iglesia es mucho más importante el don que se celebra que lo que la iglesia predica. No es que no sea importante lo que la iglesia predica, lo más importante es que celebramos el don, este regalo de Dios. Y al celebrarlo, este Dios que acompaña, quiere entrar dentro nuestro, este Dios que se ha hecho uno de nosotros, que entra en nuestra historia, que no nos deja solos, cómo hacemos para responder a este don.

Nosotros cuando comulgamos decimos amén. "El cuerpo de Cristo", "Amén". Esto es “yo me quiero transformar como él en pan, yo quiero ser pan para entregarme a los hermanos.”
Recordaba una novela de mi juventud, que tenía este título “Hay hambre dentro de tu pan”. Me impresionó mucho este título, porque nosotros comemos un pan que tiene hambre, nosotros al comer el pan, es como si agrandáramos todos los sentidos del alma, del corazón, los sentidos corporales, como si los hiciéramos más grandes para poder escuchar y atender las hambres de los hermanos, la soledad de los hermanos, el sufrimiento de los hermanos, las necesidades de los hermanos, la pobreza de los hermanos, el abandono de los hermanos. Comer el pan y decir amén significa esto, comprometerse en servicio a los hermanos. No cerrar el corazón a los hermanos sino abrir ese corazón en mi atención, en mi capacidad de escucha, estar atento. Soy pan. El me transforma en él, soy más Cristo cuando comulgo.

Entonces tengo que comer ese pan que está lleno de hambre, de hambres, de Corpus, y el sentido de la procesión es: En la Edad Media la disciplina penitencial era muy grande, entonces no todos comulgaban, ni mucho menos. Entonces la iglesia para los que no podían comulgar, para los que tenían que hacer largas penitencias, quiso poner un día al año al Santísimo Sacramento en un lugar alto para los que no pudieran comulgar comiendo, pudieran al menos comulgar mirando, contemplando, al Señor que sale simbólicamente en medio del pueblo, que se acerca a todos porque quiere estar en todos, porque quiere entrar en el rincón de cada corazón humano, entendiendo el secreto último del corazón humano y acompañando a fondo a ese corazón.

Por eso cuando salgamos juntos acompañando al Señor que simbólicamente quiere acercarse a su pueblo una vez al año saliendo del templo, nosotros al mirarlo, al comulgar mirándolo y adorándolo, contemplándolo, podemos pedir como pecadores, que detenga su mirada ante cada humano que lo necesite, en nuestras comunidades, en nuestros barrios. El año pasado nos detuvimos en la atención a los jóvenes en riesgo, a nuestros jóvenes, especialmente a los jóvenes de nuestros barrios.

Les pediría que en esta comunión fraterna de este día de Corpus Christi, en que adoramos al Cuerpo y a la Sangre del Señor, nosotros volvamos a detenernos en estos jóvenes nuestros, muy nuestros, que necesariamente tenemos que acompañar, pidiéndole al Señor que nos mire a todos para poder caminar juntos y para poder estar presente como iglesia en esta realidad que nos toca vivir, que el Señor lo ha dispuesto, esta realidad que tenemos que ir desentrañando, de la que tenemos que ir aprendiendo para que la mirada del Señor, esa mirada que se puede confundir en este Jesús, en un día de los más cortos del año, con sol tibio y que va a hacer un poco de frío. Sin embargo con todo eso que en nuestra oración estén presentes estos hermanos que pueden haber perdido su horizonte, su futuro y que nosotros tenemos, como iglesia, que estar cerca de ellos como el pan que se acerca, se deja mirar y está hecho para ser comido.
Que así sea.

 
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